sábado, 31 de julio de 2010

Evidencias


No me obligues a hacerte la ola,
porque eres tú sola,
la que se empeña ahora,
en acabar el cuento.
Y no me arrepiento,
de untar ungüento,
en las cicatrices recientes
por tu inmadurez candente.
Mañana parto a mi retiro,
tabula rasa con el pasado,
el cual tu sólo has manchado
una parte minúscula, un suspiro.

martes, 27 de julio de 2010

Luz y rueda, negra y suelta


Es la vida,

se muestra ante ti;
te cimbrea,
te golpea,
te pone a prueba.


...

Vuelves, y aun así, ni muestras tu luz.

Son las siete de la tarde y estoy cansado,
porque he dormido poco, no por otra cosa.

No quisiste, negaste.
A la vuelta, si los engranajes engarzan, la máquina funcionaría.
La haríamos funcionar.
El mío estaba listo; el tuyo, por revisar.

Parada indefinida, dijiste.
A la vuelta, si los engranajes engarzan, la máquina funcionaría.
La haríamos funcionar.
Silencio de espera; el tuyo, falso en verdad.

Vuelta con sordina, visualicé.
Ya has vuelto, tocaría probar la maquinaria, esquivas la situación.
La haríamos funcionar.
Sorpresa es mi reacción; la tuya, mutis y evasión.

La farola con media esfera tintada,
para ‘no molestar’ al vecindario;
mas tú tintas tu escafandra,
para evitar mi acuario.

Tu cortina está instalada,
ocultarte pretendes incluso del calendario.
Mi vista, por el tiempo, desviada
de tu mirada delatora en tu armario.

...

Es la vida,
se muestra ante ti;
te cimbrea,
te golpea,
te pone a prueba.

martes, 20 de julio de 2010

Un sueño

Anoche soñé contigo.
Estabas de vacaciones con tus amigos, pero para mí no estaban ellos.
Te miraba, te relajabas en aquella piscina.
Ojos cerrados, cara de tranquilidad.
Te dejabas flotar, haciéndote la muerta, la cabeza sumergida hasta las orejas.

Mil fotos llegué a contar,
Sobre esa postal,
Azul, blanco, y piel.
Repetidas en ráfaga sin parar,
Sin pensar el tiempo a gastar,
Oasis onírico sin hiel.  

No tiene sentido que te vea ni en sueños,
al menos es lo que pienso.
Relax estival y un respiro entre las dos partes.
Sin embargo, aquí apareces,
en mi subconsciente veraniego.

Como el saliente de tierra frente al vacío,
Como ese barco que a la nada se enfrenta,
Como ese espigón que en el mar se adentra,
No me preocupa lo que viene; ni calor ni frío.
Ni tu melena azabache,
Ni el sol de poniente.
Prefiero una primavera apalache,
y no lo que sentía antes,
que no era ni frío ni caliente.

Rimas banales, rimas de brocha gorda,
letras vulgares, lírica simple y mocha.
Versos intrascendentales,
Pero ¿los tiro por la borda?.

sábado, 10 de julio de 2010

Bob X: Castillo de arena / niebla voluntaria de un pétalo más

Se levantó, cogió su fardo, se alisó la camisa de explorador todo lo que ésta se dejaba y se dispuso a ir hacia la izquierda, a pisar el puente que le llevaría a aquella nueva tierra. 

Pensó que al fin era la hora de cruzarlo. Se dirigió creando pisadas nuevas hacia un puente que no unía caminos, sino tierras. Ilusionado, una sonrisa se le dejaba ver en el rostro. Iba a abandonar unas tierras marchitas para introducirse en aquellas nuevas por explorar, enfrente, comenzando por la nueva cornisa que divisaba al otro lado del puente. 
Algo nervioso, aceleró un poco el paso hasta que al llegar El Guardián de las nuevas tierras apareció bloqueando el puente:
- Reconozco el interés que tienes en cruzar el puente, tu mente pura y transparente. Tus intenciones no son otras que explorar nuevo mundo, pero tienes que esperar aún veinte días más.
- ¿Pero… por qué? Es decir, al menos dame una garantía de que tras esos veinte días mi contemplación no será en vano –dijo algo decepcionado Bob.
- No puedo garantizarte nada salvo un no en este justo momento. Quizá con el tiempo…
El guardián no concluyó la frase. Pasaron unos segundos de silencio. Sólo se oía una ráfaga de viento que levantaba algo de polvo.
- Quizá con el tiempo, ¿eh? No puedo pasarme contemplando la nada, la guinda difuminada, durante veinte días sin tener tu palabra –dijo Bob a El Guardián, que seguía en silencio. Tras unos segundos, Bob continuó–. No puedes seguir alentándome a esperar un futuro próximo donde se podrá cruzar y luego, cuando se va alcanzar el punto álgido, no resolver la tensión, diciéndome quizás con el tiempo. No hables de tiempo medido si la medida no conoces.
El Guardián no dijo nada. Permanecieron un minuto frente a frente: Bob indignado, El Guardián, con la capucha bajada como de costumbre, congelado sin un ápice de movimiento. El Guardián, finalmente se pronunció.
- No tengo más decir. Quizá con el tiempo, los cimientos del puente (y no el puente, que como se puede ver está construido) sean fuertes y consistentes. Más no hay que deba ser dicho…
- Eso… ¡eso es miedo! ¡Miedo a que alguien cruce esas tierras, las descubra, como antes otros las han descubierto; miedo a que cuando las explore dañe siquiera un arbusto; miedo a que cuando las recorra sea como exploradores anteriores o las descubra sin ningún tipo de niebla que esconda recodos, esquinas sin luz, rincones ocultos! Eso es miedo, sólo miedo. Y la cornisa seguirá ahí, aislada (qué curioso que “isla” está desordenada dentro de esa palabra). ¡Guardián, el puente siempre estará, o uno mejor, más bello e imponente quizá, pero si seguís con ese miedo, con esas nieblas, jamás alguien podrá cruzar, porque seguirán viniéndose abajo esos puentes que anunciáis sólidos quizá con el tiempo!

Acto seguido, con un halo de un “adiós” en silencio, el Guardián dio media vuelta y se dirigió hacia su cornisa, desapareciendo poco a poco con cada paso hasta la transparencia absoluta al llegar al otro lado del puente.

Bob se quedó unas horas allí parado, cansado y cabizbajo… En realidad estaba decepcionado, no por no cruzar, sino por las Nuevas Tierras y El Guardián de éstas.

Pronto sintió una celeridad. Una celeridad física y no psíquica. Miró a sus pies y vio que no hacían contacto con el suelo. Estaba levitando. Muy poco a poco pero acelerando, siguió ascendiendo, extrañado, sorprendido de lo que le pasaba sin saber ni cómo ni por qué. Seguía subiendo y subiendo… y subiendo más. Ascendió lo suficiente para divisar varias cornisas, y la que tenía enfrente antes se perdió entre muchas otras, creando un paisaje como si de acuíferas que decoran un pantano se tratase. Ya no veía una cornisa con niebla frente a sus ojos, sino que divisaba varias, desde arriba. Ahora no andaba buscando puentes, él era explorador y puente a cada cornisa que tuviera en mente.
Ahora, sólo tenía que decidir cuál era la siguiente tierra a explorar.

viernes, 2 de julio de 2010

Cartel estival

Al salir del cine miré aquel cartel publicitario en la pared exterior del centro comercial. No fue un dejà vu, sino una sensación al recordar un recuerdo de otra sensación.


Miré aquel cartel y a mi mente vinieron aquellos veranos en que, de noche, paseaba a lo largo de paseos marítimos. Se respiraba una brisa fresca, salada, llena de alegría y juventud, jovial y de despreocupada alma. Lo recuerdo porque yo no me sentía así. Envidiaba ese sentimiento. Lo sentía, lo perseguía casi angustiado, pero pasaba a la autocompasión. "¿Dónde estarás?..." Esa pregunta me la hacía nostálgico, romántico, con la farolas blancas, el frescor del césped, el rugir intermitente de una orilla que no se ve, y una arena fría, suave y extraña pero a la vez placentera, que se cala entre mis dedos, mientras paseo buscando la orilla, en silencio, como te buscaba a ti, fueras quien fueses -fueron muchos veranos-, en mis sueños.

Miré ese cartel, y vino esa sensación de verano precioso; precioso a mis ojos, porque no lo vivía, no lo había vivido, y no lo he vivido… aún. Quizá la confirmación de que estás cerca esta vez, de que me miras cuando te miro, de que piensas en mí cuando yo te pienso (ojalá...), sea la panacea a un verano que se presenta nostálgico y solitario, como los otros, pero esta vez sin orilla, ni luna sonora de las babas de mar, ni del amor fresco de un nuevo solsticio.
Quisiera que por una vez tu mano roce la mía, y que esa descarga eléctrica me enviara un mensaje a través de mis venas: “tranquilo, no estás solo, estoy contigo”. Sentirte cerca aunque estés lejos, pues peor es sentirte a kilómetros cuando estás a dos aceras. Esta vez no, esta vez estás enfrente; te paras, te giras y me miras, y te imito en sincronía perfecta. Aún no ha habido esa explosión atómica al rozarme, donde cada célula de mi mano proyecta una onda que se extiende por mi ser, diciéndome que no estoy roto, que esa conexión me une a una parte de ti, de que ese es el bastón que ahora me hace falta, y que también te sostiene.
Suena profundo, mas da igual asustarse. Es una forma rebuscada y ligera de decirte que hoy día, la sola idea de pasearte por mi mente, hace que la cuna de la luna creciente, la ola de la orilla, la curvatura de tu cuerpo a imagen de tu sonrisa, alegre mi alma.

Miré ese cartel, y lo peor, tenía música, que sonaba en el coche. Ese verano, que se repite en múltiples variantes cada ciclo solar, esta vez dejo que el disco sonara, que el rayón se gastara, y cambiase de canción...