domingo, 18 de septiembre de 2011

Bob XIII: Realidad de un sueño



    Estaba a punto de marcharse a dormir. Al día siguiente tendría una reunión extraordinaria. Los jefes de la empresa darían el veredicto sobre los proyectos en un acto público. Después de más de 2 años, Bob consiguió pulir los últimos detalles y presentarlo a la convocatoria.
    Se levantó exhausto, justo como nadie debe levantarse el día que está en juego su reputación y su futuro. Miró el reloj – faltaban aún un par de horas; lo justo para darse una ducha fría, desayunar mirando por el balcón e intentar olvidar la estampa del sueño, y bajar decidido a enseñar al mundo como se hace un trabajo honrado, trabajado y labrado con tesón y fuerza.

    Aquel sueño no lo dejaría en paz en todo el día: trataba de aquella chica y de un encuentro agridulce. Iban caminando hacia una pizzería. La noche se adivinaba estupenda y melosa. Además, fue divertida – pizza y bromas, sonrisas y miradas el uno al otro que desnudaban sus almas. A la vuelta, un beso en la mejilla en la despedida fue respondido con otro en una zona más cercana. Pausados, él resolvió con besarle la comisura de los labios, tímido gesto. Ella le imitó y se quedó cerca. Para cuando se fueron a besar apareció otra persona que le apartó de ella bruscamente. “¿Y tú quien eres? ¿qué crees que estás haciendo?” le gritó con furia. “Ey tío, hablemos”. “Te voy a matar”. “No voy a pelear contigo, aclarémoslo hablando, deja que ella decida” le instó Bob en el sueño. Empezaron a forcejearse... pero se despertó.

    Cuando se despertó, empapado en sudor y en una triste sonrisa, recordó las fotos en su recuerdo de cuando ella le ofreció el plato de pizza con la mirada más tierna, inocente y juguetona con la que nadie le había mirado nunca; el momento infantil de los besos y el largo, lento y tierno abrazo previo.
    Sacudió la camiseta para airearse y refrescarse separándola de su torso. Menuda dulce pesadilla, o menudo sueño truncado. Miró el reloj para iniciarse a la velocidad adecuada para llegar lo más tranquilo posible a la reunión. Aún no podía creérselo, después de tantos meses de trabajo, después de esa noche de sueño, después de aquel día que la vio desde su terraza.
    Ahora eso importaba sólo para ver el vaso medio lleno. Era un impulso grande. Parte de un gran impulso personal – su persona volcada para mostrar su forma de hacer las cosas, de enseñar al mundo cómo él hacía las cosas, con el sello inconfundible que ha estado dejando todo en su vida.

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