martes, 1 de noviembre de 2011

Bob XIV: Introducción al Sueño Automático


Se puso ropa cómoda y se sentó mirando por la ventana. Noche cerrada con algo de resplandor que venía del paseo del río, junto al puente.
Cada segundo que pasaba era testigo de cómo se iban consumiendo gotitas de lucidez, de cansancio y de la vida que había estado llegando. Pensaba que ahora mismo ellos dormían. Que, aunque antes era habitual trasnochar, ya él era el único que lo hacía. Posiblemente era una forma de huir de la gente, de conseguir un tiempo solitario, propio, del que pocos eran testigos; de una búsqueda de identidad.

Miró el reloj y las 3.25 a.m. atestiguaban su ahora más acentuada solitud. Ahora, cada uno de su grupo cercano seguía con con su vida. Mañana uno madrugaría para proseguir con el estudio, otra lo haría tras dormir poco para encaminarse a la rutina del trabajo a pesar de ser día de fiesta y concentrarse en la interpretación el día completo. De la otra persona estaba muy alejado, pero podía adivinar con bastante precisión que llevaría un día bastante similar al de sus “camaradas”.
Tenía la sensación de que en realidad ellos no habían desviado el rumbo de a lo que parecía que se dirigían, pero las últimas sensaciones era de que él tenía que ajustar la trayectoria y volver a su carretera.

3.30 a.m., la hora de desconectar de todo el mundo y dedicárselo a sí mismo. Agotar su pocas fuerzas restantes con alguna distracción en el ordenador y caer rendido en la cama, para no dejar ni un sólo segundo para pensar lo más mínimo en el mundo, en la gente, en ellos, en ella. Todo lo que acaba lo hace para dejar paso a algo nuevo, o eso dicen. Él no veía futuro, ni se planteaba el presente y no quería ni mirar al pasado. Sólo se propuso una cosa: seguir un tiempo con el piloto automático...





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