Una herida sangrante. Sangre
espesa y oscura. Se tocó el pecho con la mano y palpó la biscosidad
de aquello que brotaba silenciosa y lentamente de lo más hondo de su
pecho. Luego se miró la mano; rojo puro. Si alguna vez alguien
imaginó que la sangre no era como agua roja, esta vez vería su
“sueño” hecho realidad – algo espesa, quizá, al entremezclarse
con la secreción de alguna glándula o parte seccionada que
cualquiera sin conocimientos en medicina desconoce.
Le habían herido. Aquello
le dolía como cuando su mano se quedó entre el interior y el
exterior del coche... maldita puerta. Era aún peor. No podía
gritar. El dolor le había devorado las fuerzas de gritar. Sin
embargo no presentaba muestras de corte alguno, ni tampoco de
una perforación de bala. Aquello se dividió entre parte y parte, y
el vacío de una extraña fuerza se abrió camino entre sus
entrañas.
Indagó en los últimos
recuerdos antes de despertar, antes de estar consciente.
Se asomó al borde de aquella balconada. No entendía nada de lo que
estaba viendo. Vio cómo cómo iban a aquel teatro, salían,
cena y copas, pero vio como ella se divertía, y ahora él no estaba ahí. Vio esa película
a través de la balconada mientras la camisa empapada seguía sin
poder contener los regueros que bajaban a las piernas tendidas,
derrumbadas en el suelo. A penas podía alzar la cabeza ante la
escena.
Entendió
que esa herida no sangraba por un ataque o por una pelea la noche
anterior, ni por un accidente desafortunado en un traspié con “don
alcohol”. Entendió al fin que las heridas que sangran lenta,
espesa, y oscuramente son las malditas heridas del corazón.
Arrancó
la manga de la camisa empapada y se taponó la herida. La introdujo
como pudo en aquel pequeño abismo palpitante, pensando en que una
balsa húmeda era más compacta que una seca y absorbente. Menuda
tontería... Al menos le sirvió para tranquilizarse un poco más. Se
incorporó sujetándose fuertemente a la baranda de piedra y miró por
última vez a aquel esperpento. Miró con la cabeza inclinada hacia
abajo, mirada penetrante forzada, cejas arqueadas a la ira, y la
rabia traducida en un puñetazo que salpicó de sangre la piedra, antes de volverse y salir de aquella noche roja y negra.
Dejó
allí la marca rojiza de sus entrañas.
Despedida
lacerada.
Carne
trémula.
Lágrima
desgastada.
Red & Black (por ..MisDan..) |
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