miércoles, 23 de noviembre de 2011

Bob XVI: Blutendkavalier


Una herida sangrante. Sangre espesa y oscura. Se tocó el pecho con la mano y palpó la biscosidad de aquello que brotaba silenciosa y lentamente de lo más hondo de su pecho. Luego se miró la mano; rojo puro. Si alguna vez alguien imaginó que la sangre no era como agua roja, esta vez vería su “sueño” hecho realidad – algo espesa, quizá, al entremezclarse con la secreción de alguna glándula o parte seccionada que cualquiera sin conocimientos en medicina desconoce.
Le habían herido. Aquello le dolía como cuando su mano se quedó entre el interior y el exterior del coche... maldita puerta. Era aún peor. No podía gritar. El dolor le había devorado las fuerzas de gritar. Sin embargo no presentaba muestras de corte alguno, ni tampoco de una perforación de bala. Aquello se dividió entre parte y parte, y el vacío de una extraña fuerza se abrió camino entre sus entrañas.
Indagó en los últimos recuerdos antes de despertar, antes de estar consciente. Se asomó al borde de aquella balconada. No entendía nada de lo que estaba viendo. Vio cómo cómo iban a aquel teatro, salían, cena y copas, pero vio como ella se divertía, y ahora él no estaba ahí. Vio esa película a través de la balconada mientras la camisa empapada seguía sin poder contener los regueros que bajaban a las piernas tendidas, derrumbadas en el suelo. A penas podía alzar la cabeza ante la escena.
Entendió que esa herida no sangraba por un ataque o por una pelea la noche anterior, ni por un accidente desafortunado en un traspié con “don alcohol”. Entendió al fin que las heridas que sangran lenta, espesa, y oscuramente son las malditas heridas del corazón.
Arrancó la manga de la camisa empapada y se taponó la herida. La introdujo como pudo en aquel pequeño abismo palpitante, pensando en que una balsa húmeda era más compacta que una seca y absorbente. Menuda tontería... Al menos le sirvió para tranquilizarse un poco más. Se incorporó sujetándose fuertemente a la baranda de piedra y miró por última vez a aquel esperpento. Miró con la cabeza inclinada hacia abajo, mirada penetrante forzada, cejas arqueadas a la ira, y la rabia traducida en un puñetazo que salpicó de sangre la piedra, antes de volverse y salir de aquella noche roja y negra.

Dejó allí la marca rojiza de sus entrañas.
Despedida lacerada.
Carne trémula.
Lágrima desgastada. 

Red & Black
(por ..MisDan..)

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