viernes, 21 de octubre de 2011

Vals oubliée


Mientras oigo el Vals de Amélie la noria en mi cabeza se para y, como por arte de magia, todos los colores primero se iluminan y giran como en cualquier corazón contento para, luego, volver a ser sepiosos, algo desgastados, de postal enmarcada en aquel rinconcito de los recuerdos edulcorados.
Y esque este maldito vals no deja de maravillarme cada vez que lo oigo. Pasa el tiempo y lo vuelvo a escuchar y me sigue fascinando la manera en que te susurra al oído a Montmartre lluvioso donde bajas las escaleras. Sueño de azul y negro. Antes lo identificaba con una época de mi vida.
Eres Amélie, al menos en mi cabeza. Una más real, más de carne y hueso, pero con algo en común: sois una ensoñación agridulce. Algo magnífico, precioso, perlado y delicado a la vez que brillante, pero... que nunca ha ocurrido. 


MONTMARTRE                                                                  (© Vincent Piffard)

sábado, 15 de octubre de 2011

Raspadura de un sueño



Abro los ojos y me encuentro en un día de diversión contigo en una piscina. Nos acompañan más amigos, incluso mi familia está también allí. Recuerdo que veía todo bajo una luz que no era propia del sol. Se estaba nublando. Eramos felices.

El cielo se cubrió de esponjas grises y empezaron a supurar gotas de aguas. Preludio del diluvio. Salimos corriendo todos de la piscina. Tras unos muros que la separaban de la calle llegamos a un barrio con muchos árboles, todos frondosos.

Recuerdo que todo era feliz. Lluvioso, mojado, ropas caídas, zapatillas empapadas, pelos tristes... Todos éramos felices, y nos miramos y nos dábamos esa sonrisa que todos llaman de alelados.
Pero fue eso, un sueño. Sólo un sueño.