viernes, 9 de diciembre de 2011

Apuntes de Hiel-hecho


Unos siguen mientras otros piensan.
A los que piensan parecen los otros evadirse;
los que se evaden intenta seguir,
mientras que a éstos les parecen que lo repiensan.

Unos ríen hacia fuera
mientras taponan lo de dentro.
Otros callan hacia fuera
para no molestar a los atentos.
Unos miran a otro lado
mientras el barco se agrieta,
los que están achicando agua
abandonados por los que se miran en cubierta.

Por ahí campa a sus anchas
sin hacer muestra de su encanto,
esa diosa que todos asquean,
Justicia la llaman, dénmela,
la remato.

Y qué debe y qué no debe ser,
y qué merece y qué es demasiado para aquel.
Y qué me cuentas tu ahora,
te callaste y huyes del deber.

El guerrero sufre heridas de guerra,
una aventura mal trecha vivió él.
Qué difícil es levantarse cuando se llora,
más aún cuando las heridas sangran
y torniquetes a solas,
bajo la luna de hiel.  



miércoles, 7 de diciembre de 2011

Resquicio de savia vieja


Iba a dejarlo para el día en que los pocos inocentes que quedan se dedican a sí mismos un día entero. Pero este miércoles ha sido el día idóneo, ¿verdad?. Te dedico este texto que te escribí a principios de verano, cuando en esta ciudad uno se siente más solo que de costumbre, y todo el mundo se refugia en la pompa de las vacaciones, antes de seguir con las rutinas de este mundo "misántropo", como tu dirías. 
A ti, con cariño y añoranza.



   Resquicio de Savia Vieja                                     24/07/11

Le sorprendió lo efímero que puede ser el reflejo de una persona en el mundo.

Un par de lunas atrás se sentó en el paseo del río, en aquella zona en la que un día rió sus gracias, e imaginó una biblioteca solitaria colmada de sus miradas que hablaban más que las páginas que les rodeaban una tarde de otoño. Ni el otoño ni el verano llegaron, ni los libros se sintieron recelosos de aquella estampa que nunca vio su luz de la mañana.
Pensó en el hueco que dejó al desaparecer. Observaba a la gente caminar por el paseo de la ribera. Unos haciendo algún tipo de deporte, otros pescando, la juventud bebiendo, ocultándose de las responsabilidades por un tiempo en el alcohol, niños que aún no tenían ni idea de lo que se le avecina... Pensó en cómo llegó con una pasión arrolladora y se marchó en el suspiro del trueno.
Atónito, no era capaz de comprender como el amor se confundió en una pasión desmesurada, cegadora, huyendo bajo la mentira de la resignación, sellada para siempre con abstinencia del deseo.

Revolvió en el suelo hojas secas; recordó el crujir de las mismas tras las pisadas entrecruzadas de 4 pies en una sincronía desvinculada. Sujetó una de ellas por su peciolo. Cuán pequeña e inocente a merced del viento perecía, carente de vida, con su legado venoso y yermo de color tostado. La fuerza de la savia una vez recorrió sus afluentes, como la misma hoja vio su dueto interrumpido, carente ya de vida, sin sentido; un recuerdo enredado.
La soltó y recorrió los escasos metros del paseo que le quedaban hasta el semáforo. Divisó su rincón en el margen contrario y el sol poniéndose; dijo hacia sus adentros "adiós" por última vez, resonando sólo dentro de su cabeza, como si de un dios se tratase, para finalmente girar la vista e ir hacia adelante, nunca hacia atrás.

Le sorprendió lo fugaz que fueron esos momentos, lo marchitados que estaban, lo profundo que descansaban en él. Miró a lo lejos a aquella hoja, como si supiera claramente donde estaba. En el mismo sitio estaban esos recuerdos re-observados. A lo lejos, sin punto fijo, sólo un conjunto de marchitas sensaciones.
“La savia vieja muere para dejar a la nueva...” habló en voz baja para sí. Como la bocanada que un pulmón se toma para vivir, aquellos momentos respiraron suavemente para vaciarse antes de iluminarse.
“La savia vieja muere para dejar a la nueva...” volvió a decírselo a sí mismo, y esta vez también a la hoja, y a los recuerdos allí marchitados, depositados al lugar que los nutrió y que por fin, aquella tarde, descansaron.









miércoles, 23 de noviembre de 2011

Bob XVI: Blutendkavalier


Una herida sangrante. Sangre espesa y oscura. Se tocó el pecho con la mano y palpó la biscosidad de aquello que brotaba silenciosa y lentamente de lo más hondo de su pecho. Luego se miró la mano; rojo puro. Si alguna vez alguien imaginó que la sangre no era como agua roja, esta vez vería su “sueño” hecho realidad – algo espesa, quizá, al entremezclarse con la secreción de alguna glándula o parte seccionada que cualquiera sin conocimientos en medicina desconoce.
Le habían herido. Aquello le dolía como cuando su mano se quedó entre el interior y el exterior del coche... maldita puerta. Era aún peor. No podía gritar. El dolor le había devorado las fuerzas de gritar. Sin embargo no presentaba muestras de corte alguno, ni tampoco de una perforación de bala. Aquello se dividió entre parte y parte, y el vacío de una extraña fuerza se abrió camino entre sus entrañas.
Indagó en los últimos recuerdos antes de despertar, antes de estar consciente. Se asomó al borde de aquella balconada. No entendía nada de lo que estaba viendo. Vio cómo cómo iban a aquel teatro, salían, cena y copas, pero vio como ella se divertía, y ahora él no estaba ahí. Vio esa película a través de la balconada mientras la camisa empapada seguía sin poder contener los regueros que bajaban a las piernas tendidas, derrumbadas en el suelo. A penas podía alzar la cabeza ante la escena.
Entendió que esa herida no sangraba por un ataque o por una pelea la noche anterior, ni por un accidente desafortunado en un traspié con “don alcohol”. Entendió al fin que las heridas que sangran lenta, espesa, y oscuramente son las malditas heridas del corazón.
Arrancó la manga de la camisa empapada y se taponó la herida. La introdujo como pudo en aquel pequeño abismo palpitante, pensando en que una balsa húmeda era más compacta que una seca y absorbente. Menuda tontería... Al menos le sirvió para tranquilizarse un poco más. Se incorporó sujetándose fuertemente a la baranda de piedra y miró por última vez a aquel esperpento. Miró con la cabeza inclinada hacia abajo, mirada penetrante forzada, cejas arqueadas a la ira, y la rabia traducida en un puñetazo que salpicó de sangre la piedra, antes de volverse y salir de aquella noche roja y negra.

Dejó allí la marca rojiza de sus entrañas.
Despedida lacerada.
Carne trémula.
Lágrima desgastada. 

Red & Black
(por ..MisDan..)

viernes, 11 de noviembre de 2011

Bob XV: Rayo de Luna

Window in the Night
(por Willrad)
      "La Luz de la luna se cuela por mi ventana e ilumina mis piernas y... recuerdo cuando te enviaba, cada día antes de dormir, besos por la ventana. Creía que te llegaban, que los recibías... Quiero pensar que fue el viento quien los desviaba, en vez de que... en vez de comprobar que no valían la pena. En vez de que quizá los recibiste y te los quedaras para tí sin decírmelo, ni hacerme cualquier gesto que confirmara los míos. Prefiero todo eso antes que pensar en que los recibieras y no quisiste decir nada; que no tuvieras nada que decir.
      Hoy me duermo con una sonrisa tranquila, un corazón cansado y el alma algo desgastada, que no cree haber perdido el tiempo sino ganada más vida, a pesar de seguir yendo sola por este tortuoso camino. El camino de la vida."

martes, 1 de noviembre de 2011

Bob XIV: Introducción al Sueño Automático


Se puso ropa cómoda y se sentó mirando por la ventana. Noche cerrada con algo de resplandor que venía del paseo del río, junto al puente.
Cada segundo que pasaba era testigo de cómo se iban consumiendo gotitas de lucidez, de cansancio y de la vida que había estado llegando. Pensaba que ahora mismo ellos dormían. Que, aunque antes era habitual trasnochar, ya él era el único que lo hacía. Posiblemente era una forma de huir de la gente, de conseguir un tiempo solitario, propio, del que pocos eran testigos; de una búsqueda de identidad.

Miró el reloj y las 3.25 a.m. atestiguaban su ahora más acentuada solitud. Ahora, cada uno de su grupo cercano seguía con con su vida. Mañana uno madrugaría para proseguir con el estudio, otra lo haría tras dormir poco para encaminarse a la rutina del trabajo a pesar de ser día de fiesta y concentrarse en la interpretación el día completo. De la otra persona estaba muy alejado, pero podía adivinar con bastante precisión que llevaría un día bastante similar al de sus “camaradas”.
Tenía la sensación de que en realidad ellos no habían desviado el rumbo de a lo que parecía que se dirigían, pero las últimas sensaciones era de que él tenía que ajustar la trayectoria y volver a su carretera.

3.30 a.m., la hora de desconectar de todo el mundo y dedicárselo a sí mismo. Agotar su pocas fuerzas restantes con alguna distracción en el ordenador y caer rendido en la cama, para no dejar ni un sólo segundo para pensar lo más mínimo en el mundo, en la gente, en ellos, en ella. Todo lo que acaba lo hace para dejar paso a algo nuevo, o eso dicen. Él no veía futuro, ni se planteaba el presente y no quería ni mirar al pasado. Sólo se propuso una cosa: seguir un tiempo con el piloto automático...





Vueltas y más vueltas




Vueltas y más vueltas,
a lo que creíste
pero no existe.
Vueltas y más vueltas,
en lo que pensaste
y sólo soñaste.
Vueltas y más vueltas,
al blanco deseo
emociones y 'enreos',
Vueltas y más vueltas,
estancamiento
corazón de cemento.
Vueltas y más vueltas,
al dulce vacío de la nada,
a la espuma de nata bajo un navío.
Vueltas y más vueltas,
y… fin de los giros,
lamentos, si miro.
Vueltas y más vueltas,
al fin de la historia,
broche en la memoria.



viernes, 21 de octubre de 2011

Vals oubliée


Mientras oigo el Vals de Amélie la noria en mi cabeza se para y, como por arte de magia, todos los colores primero se iluminan y giran como en cualquier corazón contento para, luego, volver a ser sepiosos, algo desgastados, de postal enmarcada en aquel rinconcito de los recuerdos edulcorados.
Y esque este maldito vals no deja de maravillarme cada vez que lo oigo. Pasa el tiempo y lo vuelvo a escuchar y me sigue fascinando la manera en que te susurra al oído a Montmartre lluvioso donde bajas las escaleras. Sueño de azul y negro. Antes lo identificaba con una época de mi vida.
Eres Amélie, al menos en mi cabeza. Una más real, más de carne y hueso, pero con algo en común: sois una ensoñación agridulce. Algo magnífico, precioso, perlado y delicado a la vez que brillante, pero... que nunca ha ocurrido. 


MONTMARTRE                                                                  (© Vincent Piffard)

sábado, 15 de octubre de 2011

Raspadura de un sueño



Abro los ojos y me encuentro en un día de diversión contigo en una piscina. Nos acompañan más amigos, incluso mi familia está también allí. Recuerdo que veía todo bajo una luz que no era propia del sol. Se estaba nublando. Eramos felices.

El cielo se cubrió de esponjas grises y empezaron a supurar gotas de aguas. Preludio del diluvio. Salimos corriendo todos de la piscina. Tras unos muros que la separaban de la calle llegamos a un barrio con muchos árboles, todos frondosos.

Recuerdo que todo era feliz. Lluvioso, mojado, ropas caídas, zapatillas empapadas, pelos tristes... Todos éramos felices, y nos miramos y nos dábamos esa sonrisa que todos llaman de alelados.
Pero fue eso, un sueño. Sólo un sueño.