sábado, 10 de octubre de 2009

Caminos contiguos (Bob III)

Hoy es el día en que rompió con una parte de su pasado.
Hoy ha sido un día especial, de los que se marcan en un calendario con rótulos y colores.

Al fin se armó de coraje y cogió el teléfono, hizo un par de llamadas para ajustar su horario y poder así liberar las mañanas para el trabajo que posiblemente obtenga tras la entrevista, en los próximos días, aún no sabe cuando exactamente. Pasó algunos datos, buscó títulos, certificados, consiguió una plantilla de un currículum vitae para docentes y la adaptó con sus datos, cursos y demás puntos de experiencia que había ido consiguiendo a lo largo de su vida.
Anoche escribió un email al profesor que iba a dejar la escuela mostrando su interés en la futura plaza vacante adjuntando su currículum actualizado. Por la mañana ya tenía a primera hora una contestación en la bandeja de entrada: el primero en la lista de sustitutos. Este año trabajará sin duda, aunque no se sabe si tardará unos días, una semana o un mes en incorporarse.

La respuesta a su email con la confirmación más satisfactoria que uno pudiera tener, fue revelador para Bob. Hoy no iba a ser un día cualquiera.
La noche anterior Bob asistió a una fiesta. No fue gran cosa, muchos invitados se ausentaron y el ambiente no era lo que se llamaba una “fiesta”. Una charla con uno de los presentes y vuelta a casa. Sólo hubo una anécdota a destacar y fue al principio de la velada.
Al llegar, la anfitriona, amiga de una de Las Luces de la Vida de Bob, le recibió. Acto seguido pasaron a la cocina donde prepararon unos cócteles, quizá una manera más fácil de conocer a todos los desconocidos que estaban en la fiesta. Antes de que Bob abandonara la cocina para ir al salón, Ami le contó una anécdota sobre cuando la última Luz de su Vida y ella observaron a Bob cuando éste estaba mostrando Armonía sin que lo supiera. Bob sonrió tímidamente –pero infantilmente por dentro- al oír dicha historia. Recordó cuando Mairim, la última Luz, se la contó una de las noches en que se vieron, tiempo atrás.

Esta mañana se sintió diferente. Un impulso, leve, que no sentía ya, volvió dándole una fuerza adicional que utilizó volando en su bici por las calles, buscando un camino que concordara con aquella sensación. Volvió a casa sin respuesta alguna.
Antes de caer el sol lo vio claro: todo iba a cambiar. Tenía que cambiar. Era hora del punto y aparte. Se puso unos vaqueros, la camiseta azul con el dorsal de los Colts de Indiana y condujo su bici a una tienda de discos en el centro de la ciudad. Buscó uno de los discos de su grupo preferido, ese grupo que descubrió realmente este año gracias a ella, que supo infundarle una de las más bonitas maneras de escucharlos y sentirlos. Sin dudarlo se dirigió al stand de la R en rock internacional y cogió el “Amnesiac Collector’s Edition” editado en una cuidada caja de cartón de centímetro y medio de grosor tapizada con tela roja y un dibujo moderno pequeño diseñado por el líder de la banda. Fue al cajero y pagó su inversión. Salió y se montó de nuevo en su bici, volviendo por la carretera... pero dando una vuelta.
Antes giró a la derecha por una calle adoquinada. Giró a la izquierda, a la derecha, y otra vez a la izquierda. Paró y se sentó en un banco, frente al Gran Vigía. La vista monumental era preciosa y tranquilizadora. Observó a turistas parados contemplando tal majestuosidad, y los carros de caballos parados mientras estos últimos reponían fuerzas. La fuente refrescaba el ambiente desde el centro de la plaza… Allí recordó la primera vez que se vieron ella y él. Ella le invitó a acercarse a los pies del Gran Vigía, y pegar el cuerpo, abriendo los brazos en cruz, mirando hacia el cielo, el otro cielo, el nocturno. “Así da vértigo, ¿verdad?” le dijo ella lijeramente emocionada. Mucho tiempo después (demasiado piensa Bob) se dio cuenta de que fue el intento de acercamiento más claro que un “ciego que veía” tuvo frente a a sus ojos. Recordó ese momento con añoranza, y también aquel otro en que esperaba en el mismo sitio donde ahora estaba sentado a que terminase de trabajar ella para ya de madrugada recorrerse los dos el centro, como si el cansancio de Mairim hubiese desaparecido de repente.

Con ese disco Bob quiso cerrar una puerta, ponerle un rótulo, y dar paso a la siguiente habitación, con otras ventanas, y otras historias que están por venir. Nuevo trabajo, nuevas esperanzas, y una vida que sigue ahora con las riendas mejor sujetas.
La última Luz está ahora lejos, aunque la huella que dejó sigue dentro de su corazón. Sólo el futuro sabe cómo Bob seguirá andando por los caminos aún por descubrir… o retomar aquellos que no cruzó jamás.


(9 de Octubre, 2009)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

*_* Me ENCANTA!

Hay una frase que se me a venido ala cabeza, de un libro que lei hace ya un tiempo...
No tiene mucho que ver, pero tambien suena a cambio, al miedo que da a veces el pasar pagina y a el proposito de hacerlo..

"Prohibiendome recordar y aterrorizada por el olvido"

Sally.

La pobrecita habladora dijo...

Hay veces que los cambios provocan esa misma sensación de vértigo. Pero, claro, desde allá arriba todo lo ve tan fácil...

No sé si dejar de leerlo o no leerlo más.

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