Miras el reloj. Pasa un segundo. Dos. Tres.
Una hora.
Un ahora.
No haces nada. Evasión.
Una película cualquiera.
No piensas nada.
Pasa una mañana.
No has hecho nada.
No lo lamentas.
Almuerzo aburrido.
Lo haces porque el cuerpo lo necesita.
Recoges la cocina, porque no hay nada más que hacer.
Quieres coger un libro, pero prefieres otra película vacía.
Pasa la tarde.
No has hecho nada.
No lo lamentas (aún).
Llega la noche.
Sales. Escondes la planicie.
Risa hipócrita.
Alcohol sin motivo.
Rellenas así un segundo. Dos. Tres.
Una hora.
Un ahora.
Evasión.
No piensas nada.
Un asedio sin murallas que asaltar.
Un ahora en pausa sin después.
Un coche muerto que intentas parar.
Bailas con las manos; arriba los pies.
Batacazo.
Te levantas.
Limpias los rastros de la nada,
Una nada muy sucia, y que se ensucia con más nada,
Una nada que es algo, un algo que es metralla.
¿Qué pasa?
Paras la película, dejas recogida la cocina.
Ya es casi mediodía.
No digas “tarde”, porque ese tarde es “mañana”.
Aún no es mañana, así que evitas que sea tarde. Más tarde...
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