Permaneció despierto a oscuras en la cama. De fondo se oía el viento del vacío nocturno de la urbe. La persiana estaba bajada dos tercios filtrándose unos rayos tenues de luz de luna. Veía reflejados como pequeñas huchas en la cama y en los muebles los haces lunares que suavemente se colaban por la persiana.
Se cubrió con las sábanas hasta el pecho, y colocó un cojín sobre la almohada. Bajo la cabeza las manos cruzadas. Pensó en la montaña rusa que su vida había dibujado últimamente…
A los cinco minutos, como una tele mal sintonizada, de repente el vacío comienza a sonar a granos de arena sobre papel: despertó una lluvia continua, pero moderada. Un sonido relajante, que gracias al eco de la calle lo convertían en el mantra de la relajación. Algún búho daba color a los oídos insomnes. El lienzo perfecto para las reflexiones. Hacía tiempo que no se paraba a mirar todo lo que había dejado atrás, o al menos eso creía…
Se cubrió con las sábanas hasta el pecho, y colocó un cojín sobre la almohada. Bajo la cabeza las manos cruzadas. Pensó en la montaña rusa que su vida había dibujado últimamente…
A los cinco minutos, como una tele mal sintonizada, de repente el vacío comienza a sonar a granos de arena sobre papel: despertó una lluvia continua, pero moderada. Un sonido relajante, que gracias al eco de la calle lo convertían en el mantra de la relajación. Algún búho daba color a los oídos insomnes. El lienzo perfecto para las reflexiones. Hacía tiempo que no se paraba a mirar todo lo que había dejado atrás, o al menos eso creía…
Miró a un lado y a otro en la oscuridad. ¿Qué tenía? Nada,
salvo hojas tostadas por el paso del tiempo,
arrinconadas en cajones equivocados;
algunos hechos destacables, contados
en un apéndice perdido.
Un nudo en un solo cordón deshilachado,
un solo de trompeta en un callejón perdido,
un parteluz en una ventana tapiada,
dos labios cerrados del silencio entumecido.
La estrella que se aleja de su luna,
un Apolo sin Dafne ni el arco de los vagabundos
de este mundo irregular y malforme,
de los amores torcidos, iracundos.
salvo hojas tostadas por el paso del tiempo,
arrinconadas en cajones equivocados;
algunos hechos destacables, contados
en un apéndice perdido.
Un nudo en un solo cordón deshilachado,
un solo de trompeta en un callejón perdido,
un parteluz en una ventana tapiada,
dos labios cerrados del silencio entumecido.
La estrella que se aleja de su luna,
un Apolo sin Dafne ni el arco de los vagabundos
de este mundo irregular y malforme,
de los amores torcidos, iracundos.
La lluvia cesó dando paso a un eco sordo, y él desprendió el cojín sacudiendo la cabeza, perezoso, a los lados. Inhaló y exhaló un gran suspiro aprehensivo, dejando cada punto turbio de su vida, agitado en la última media hora de diluvio, para dar paso a que la luna le despida hasta un nuevo ocaso.
¿Qué veía? ¿Qué tenía? Nada. Tábula rasa.
El cero es una O oblonga y solitaria,
un comienzo inusual, los cimientos de una casa.
El cero es una O oblonga y solitaria,
un comienzo inusual, los cimientos de una casa.
Silencio. Ojos cerrados. Buscó en el eco de su cabeza, sintiendo como si los ojos se deslizaran hacia adentro, como si mirasen en ángulo imposible. Los oídos parecían separarse y alejarse del cerebro, apagando su señal, haciendo que el oído interno lo confunda y le haga flotar sobre el colchón donde estaba recostado. Una fantasía cuyo control pasa del sujeto a ser títere del mundo de los sueños, dentro de El Sueño.
Un grillo rebelde y solitario se lamenta en soledad tras la ventana, en el patio. No queda ni búho, ni tormenta, ni tormentos, ni súcubos. Off. Fin de la noche, del encuentro con la nada y el todo de sí mismo.
Buenas noches mi dulce cuerpo. Finito.
Buenas noches mi dulce cuerpo. Finito.
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