Estaba
a punto de marcharse a dormir. Al día siguiente tendría una reunión
extraordinaria. Los jefes de la empresa darían el veredicto sobre
los proyectos en un acto público. Después de más de 2 años, Bob
consiguió pulir los últimos detalles y presentarlo a la
convocatoria.
Se
levantó exhausto, justo como nadie debe levantarse el día que está
en juego su reputación y su futuro. Miró el reloj – faltaban aún
un par de horas; lo justo para darse una ducha fría, desayunar
mirando por el balcón e intentar olvidar la estampa del sueño, y
bajar decidido a enseñar al mundo como se hace un trabajo honrado,
trabajado y labrado con tesón y fuerza.
Aquel
sueño no lo dejaría en paz en todo el día: trataba de aquella
chica y de un encuentro agridulce. Iban caminando hacia una pizzería.
La noche se adivinaba estupenda y melosa. Además, fue divertida –
pizza y bromas, sonrisas y miradas el uno al otro que desnudaban sus
almas. A la vuelta, un beso en la mejilla en la despedida fue
respondido con otro en una zona más cercana. Pausados, él resolvió
con besarle la comisura de los labios, tímido gesto. Ella le imitó
y se quedó cerca. Para cuando se fueron a besar apareció otra persona que le apartó de ella bruscamente. “¿Y tú quien eres? ¿qué
crees que estás haciendo?” le gritó con furia. “Ey tío,
hablemos”. “Te voy a matar”. “No voy a pelear contigo,
aclarémoslo hablando, deja que ella decida” le instó Bob en el
sueño. Empezaron a forcejearse... pero se despertó.
Cuando
se despertó, empapado en sudor y en una triste sonrisa, recordó las
fotos en su recuerdo de cuando ella le ofreció el plato de pizza con
la mirada más tierna, inocente y juguetona con la que nadie le había
mirado nunca; el momento infantil de los besos y el largo, lento y
tierno abrazo previo.
Sacudió
la camiseta para airearse y refrescarse separándola de su torso.
Menuda dulce pesadilla, o menudo sueño truncado. Miró el reloj para
iniciarse a la velocidad adecuada para llegar lo más tranquilo
posible a la reunión. Aún no podía creérselo, después de tantos
meses de trabajo, después de esa noche de sueño, después de aquel
día que la vio desde su terraza.
Ahora
eso importaba sólo para ver el vaso medio lleno. Era un impulso
grande. Parte de un gran impulso personal – su persona volcada para
mostrar su forma de hacer las cosas, de enseñar al mundo cómo él
hacía las cosas, con el sello inconfundible que ha estado dejando
todo en su vida.
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