- ¡Pero mira que eres tonto! –Él apuraba su cerveza mientras que ella se lo decía con una sonrisa y deslizaba traviesamente sus dedos por el borde de la copa de vino.
Él trabajaba en un concesionario; camisa blanca con corbata lisa de seda, pelo ligeramente engominado. Ella vestía casual; era agente de inmobiliaria, exactamente la jefa de su agencia. Niki de color crudo grisáceo, con una rebeca fina verde pistacho y unos vaqueros poco gastados. Reían y se contaban sus episodios diarios durante el almuerzo. Escena que repetían desde hacía más de un año.
- Pasa tú primero – la invitó a sentarse en el sillón largo de una esquina del restaurante. La juventud se escapaba a las retinas ajenas, pues era una pareja bastante mayor. Cortésmente, el caballero le retiró el abrigo para dejarlo en una silla cercana. Luego, se sentó frente a ella y con la sonrisa más cálida le cogió su mano derecha. “Feliz trigésimo aniversario”. Brindaron con un burbujeante champagne y disfrutaron de una hermosa velada.
- ¡Vete a la mierda! – la copa calló al suelo y las mesas de alrededor hicieron un mutis, clavando la mirada en aquel hombre corriente de mirada perdida en la puerta que, abierta, no pudo hacer caso a sus deseos de abrazarla y suplicarle perdón. Respiró fuertemente. Luego acabó su copa de un trago, se frotó con ambas manos la cara y abrió los ojos exageradamente, como si de una pesadilla despertase. Cogió su chaqueta, dejó un par de billetes (no tenía tiempo para pensar en la vuelta) y salió rápidamente tras ella.
- Dígame cuanto es todo, por favor – pidió. Sentada en la mesa circular más bonita del café, acompañada de un sencillo jarro con agua y una rosa, ella pensaba en él. Dónde estará, qué estará haciendo, cómo le estará yendo el día… o simplemente pensaba en él. Yo no podía saberlo, solo observarla e intuir no más de un par de ideas. Elevó la mirada como si mirase alguna pizarra donde detallaban la lista de cafés, pero al ver cómo sonreía supe que lo escrito en los paneles era lo menos importante en ese momento. Seguramente él pensaba en ella, y tendría su café y su mirada felizmente reflexiva, y su centro con una rosa… y si no, pobre de él.
¿Y qué tienen en común todas estas escenas? La cantidad de historias diferentes, simultáneas, paralelas que acontecen día a día en cualquier bar, café o restaurante, ante los ojos de… un simple camarero.
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