Se levantó, cogió su fardo, se alisó la camisa de explorador todo lo que ésta se dejaba y se dispuso a ir hacia la izquierda, a pisar el puente que le llevaría a aquella nueva tierra.
Pensó que al fin era la hora de cruzarlo. Se dirigió creando pisadas nuevas hacia un puente que no unía caminos, sino tierras. Ilusionado, una sonrisa se le dejaba ver en el rostro. Iba a abandonar unas tierras marchitas para introducirse en aquellas nuevas por explorar, enfrente, comenzando por la nueva cornisa que divisaba al otro lado del puente.
Algo nervioso, aceleró un poco el paso hasta que al llegar El Guardián de las nuevas tierras apareció bloqueando el puente:
- Reconozco el interés que tienes en cruzar el puente, tu mente pura y transparente. Tus intenciones no son otras que explorar nuevo mundo, pero tienes que esperar aún veinte días más.
- ¿Pero… por qué? Es decir, al menos dame una garantía de que tras esos veinte días mi contemplación no será en vano –dijo algo decepcionado Bob.
- No puedo garantizarte nada salvo un no en este justo momento. Quizá con el tiempo…
El guardián no concluyó la frase. Pasaron unos segundos de silencio. Sólo se oía una ráfaga de viento que levantaba algo de polvo.
- Quizá con el tiempo, ¿eh? No puedo pasarme contemplando la nada, la guinda difuminada, durante veinte días sin tener tu palabra –dijo Bob a El Guardián, que seguía en silencio. Tras unos segundos, Bob continuó–. No puedes seguir alentándome a esperar un futuro próximo donde se podrá cruzar y luego, cuando se va alcanzar el punto álgido, no resolver la tensión, diciéndome quizás con el tiempo. No hables de tiempo medido si la medida no conoces.
El Guardián no dijo nada. Permanecieron un minuto frente a frente: Bob indignado, El Guardián, con la capucha bajada como de costumbre, congelado sin un ápice de movimiento. El Guardián, finalmente se pronunció.
- No tengo más decir. Quizá con el tiempo, los cimientos del puente (y no el puente, que como se puede ver está construido) sean fuertes y consistentes. Más no hay que deba ser dicho…
- Eso… ¡eso es miedo! ¡Miedo a que alguien cruce esas tierras, las descubra, como antes otros las han descubierto; miedo a que cuando las explore dañe siquiera un arbusto; miedo a que cuando las recorra sea como exploradores anteriores o las descubra sin ningún tipo de niebla que esconda recodos, esquinas sin luz, rincones ocultos! Eso es miedo, sólo miedo. Y la cornisa seguirá ahí, aislada (qué curioso que “isla” está desordenada dentro de esa palabra). ¡Guardián, el puente siempre estará, o uno mejor, más bello e imponente quizá, pero si seguís con ese miedo, con esas nieblas, jamás alguien podrá cruzar, porque seguirán viniéndose abajo esos puentes que anunciáis sólidos quizá con el tiempo!
- Reconozco el interés que tienes en cruzar el puente, tu mente pura y transparente. Tus intenciones no son otras que explorar nuevo mundo, pero tienes que esperar aún veinte días más.
- ¿Pero… por qué? Es decir, al menos dame una garantía de que tras esos veinte días mi contemplación no será en vano –dijo algo decepcionado Bob.
- No puedo garantizarte nada salvo un no en este justo momento. Quizá con el tiempo…
El guardián no concluyó la frase. Pasaron unos segundos de silencio. Sólo se oía una ráfaga de viento que levantaba algo de polvo.
- Quizá con el tiempo, ¿eh? No puedo pasarme contemplando la nada, la guinda difuminada, durante veinte días sin tener tu palabra –dijo Bob a El Guardián, que seguía en silencio. Tras unos segundos, Bob continuó–. No puedes seguir alentándome a esperar un futuro próximo donde se podrá cruzar y luego, cuando se va alcanzar el punto álgido, no resolver la tensión, diciéndome quizás con el tiempo. No hables de tiempo medido si la medida no conoces.
El Guardián no dijo nada. Permanecieron un minuto frente a frente: Bob indignado, El Guardián, con la capucha bajada como de costumbre, congelado sin un ápice de movimiento. El Guardián, finalmente se pronunció.
- No tengo más decir. Quizá con el tiempo, los cimientos del puente (y no el puente, que como se puede ver está construido) sean fuertes y consistentes. Más no hay que deba ser dicho…
- Eso… ¡eso es miedo! ¡Miedo a que alguien cruce esas tierras, las descubra, como antes otros las han descubierto; miedo a que cuando las explore dañe siquiera un arbusto; miedo a que cuando las recorra sea como exploradores anteriores o las descubra sin ningún tipo de niebla que esconda recodos, esquinas sin luz, rincones ocultos! Eso es miedo, sólo miedo. Y la cornisa seguirá ahí, aislada (qué curioso que “isla” está desordenada dentro de esa palabra). ¡Guardián, el puente siempre estará, o uno mejor, más bello e imponente quizá, pero si seguís con ese miedo, con esas nieblas, jamás alguien podrá cruzar, porque seguirán viniéndose abajo esos puentes que anunciáis sólidos quizá con el tiempo!
Acto seguido, con un halo de un “adiós” en silencio, el Guardián dio media vuelta y se dirigió hacia su cornisa, desapareciendo poco a poco con cada paso hasta la transparencia absoluta al llegar al otro lado del puente.
Bob se quedó unas horas allí parado, cansado y cabizbajo… En realidad estaba decepcionado, no por no cruzar, sino por las Nuevas Tierras y El Guardián de éstas.
Pronto sintió una celeridad. Una celeridad física y no psíquica. Miró a sus pies y vio que no hacían contacto con el suelo. Estaba levitando. Muy poco a poco pero acelerando, siguió ascendiendo, extrañado, sorprendido de lo que le pasaba sin saber ni cómo ni por qué. Seguía subiendo y subiendo… y subiendo más. Ascendió lo suficiente para divisar varias cornisas, y la que tenía enfrente antes se perdió entre muchas otras, creando un paisaje como si de acuíferas que decoran un pantano se tratase. Ya no veía una cornisa con niebla frente a sus ojos, sino que divisaba varias, desde arriba. Ahora no andaba buscando puentes, él era explorador y puente a cada cornisa que tuviera en mente.
Ahora, sólo tenía que decidir cuál era la siguiente tierra a explorar.
Ahora, sólo tenía que decidir cuál era la siguiente tierra a explorar.
1 comentarios:
Somos exploradores, como Bob, pero cada uno de si mismo.
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