Pensaba en esa canción cuya música es siempre empuja a seguir... o es un salto adelante en caso de huída.
Aullando en el desierto, son solo dos, pero son fuertes como un batallón.
No tienen hambre, no tienen sed, saben de sobra lo que hay que hacer. [...]
Tan solo quieren amarse, ir de la mano al desastre. Están pensando en fugarse, al mundo que han creado los dos; no hay tiempo para pensar.
Bob recordaba esa canción. Se le re-significó varias veces en muy poco tiempo.
En su viaje lejano le daba fuerzas: la soledad de la vida cotidiana también necesita himnos. Otra canción –irrelevante ahora– le recordaba que al volver, en unas semanas, alguien le esperaba.
Y durante un largo trecho, estuvo (casi) completo.
(Si, casi. Yo se lo dije: no te engañes. No todo se busca afuera. A veces, como un armario, lo que hay dentro no se quiera mirar... Pero "la casa barrida, y los cajones mezclados...")
Como en todo largo viaje, dicen que quien se fue, no vuelve.
Pero si es la misma persona...¿no?
El nombre, el rostro, quizá hasta el cuerpo: iguales. Pero ya no era él.
Había hecho un viaje.
Los oídos eran los mismos, pero oían distinto.
Escuchaba distinto.
Observaba con una curiosidad más aguda, pero el prisma ya no era el mismo.
Sus pausas hablaban otro idioma.
La canción –aquella– sin previo aviso, transitó en significado.
En una noche más, fría y solitaria, la química se reordenó.
Las palabras... "aullando, son solo dos, ir de la mano al desastre, no hay tiempo..."
... activaron otra sinapsis, otro puente, hacia una región no exporada.
Como en cada nuevo viaje: uno lo empieza, pero no sabe a dónde lo lleva.
Él sabía a donde quería ir.
Pero no a dónde le llevaría.
Se asomó por la barandilla del viaducto.
Las luces lejanas, inclinadas en ángulo en el horizonte, dejaron de ser íconos externos:
Ahora eran símbolo.
Un vértice de estrella estival.
Una herida de luz clavada en su pecho.
El camino se volvió, de nuevo, niebla. Misterioso.
Volver a viajar... ¿valía la pena?
Miró atrás.
Sabía que esas baldosas no irradiarían nunca más la misma emoción.
¿Estaba seguro de emprenderlo, una vez más, solo?
Un pie tras otro.
Imantado por la necesidad de respuestas a sus preguntas, sin darle tiempo a pensar si, al despejarse, la niebla revelaría un entorno afín, sin fin,
... o uno hostil.
Añil fue.
Siempre miraba adelante. Pero esta vez, debía mirar hacia adentro.
Conectar. Sintonizar.
Que sus membranas –visibles e invisibles– vibraran en armonía,
antes de enfrentar la ventisca que se avecinaba.
Su fuerza crecía.
Vibraba entero.
Como sus expectativas
La niebla empezó a disolverse.
Añil fue. Aunque
ni la más remota idea
fuera así.
Ungido en espeso desconcierto,
Dirigó sus pies a otro camino
que se perdía de nuevo
en la niebla.
Inercia solemne le invadió,
Avanzando sin remedio
hacia el autoconocimiento
más absoluto.
Miró atrás.
Al antiguo atrás.
Y al reciente.
Y se dijo:
"Al lugar donde fuiste feliz, nunca has de tratar de volver."
Aquel verso, tras más de una década en su memoria, encajó perfectamente en los huecos de sus emociones más punzantes.
Y se adentró de nuevo en lo desconocido:
Sin saber cuán largo sería.
Sin motivación aparente.
Añil fue.
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