Iba a dejarlo para el día en que los pocos inocentes que quedan se dedican a sí mismos un día entero. Pero este miércoles ha sido el día idóneo, ¿verdad?. Te dedico este texto que te escribí a principios de verano, cuando en esta ciudad uno se siente más solo que de costumbre, y todo el mundo se refugia en la pompa de las vacaciones, antes de seguir con las rutinas de este mundo "misántropo", como tu dirías.
A ti, con cariño y añoranza.
Resquicio de Savia Vieja 24/07/11
Le sorprendió lo efímero que puede ser el reflejo de una persona en el mundo.
Un par de lunas atrás se sentó en el paseo del río, en aquella zona en la que un día rió sus gracias, e imaginó una biblioteca solitaria colmada de sus miradas que hablaban más que las páginas que les rodeaban una tarde de otoño. Ni el otoño ni el verano llegaron, ni los libros se sintieron recelosos de aquella estampa que nunca vio su luz de la mañana.
Pensó en el hueco que dejó al desaparecer. Observaba a la gente caminar por el paseo de la ribera. Unos haciendo algún tipo de deporte, otros pescando, la juventud bebiendo, ocultándose de las responsabilidades por un tiempo en el alcohol, niños que aún no tenían ni idea de lo que se le avecina... Pensó en cómo llegó con una pasión arrolladora y se marchó en el suspiro del trueno.
Atónito, no era capaz de comprender como el amor se confundió en una pasión desmesurada, cegadora, huyendo bajo la mentira de la resignación, sellada para siempre con abstinencia del deseo.
Revolvió en el suelo hojas secas; recordó el crujir de las mismas tras las pisadas entrecruzadas de 4 pies en una sincronía desvinculada. Sujetó una de ellas por su peciolo. Cuán pequeña e inocente a merced del viento perecía, carente de vida, con su legado venoso y yermo de color tostado. La fuerza de la savia una vez recorrió sus afluentes, como la misma hoja vio su dueto interrumpido, carente ya de vida, sin sentido; un recuerdo enredado.
La soltó y recorrió los escasos metros del paseo que le quedaban hasta el semáforo. Divisó su rincón en el margen contrario y el sol poniéndose; dijo hacia sus adentros "adiós" por última vez, resonando sólo dentro de su cabeza, como si de un dios se tratase, para finalmente girar la vista e ir hacia adelante, nunca hacia atrás.
Le sorprendió lo fugaz que fueron esos momentos, lo marchitados que estaban, lo profundo que descansaban en él. Miró a lo lejos a aquella hoja, como si supiera claramente donde estaba. En el mismo sitio estaban esos recuerdos re-observados. A lo lejos, sin punto fijo, sólo un conjunto de marchitas sensaciones.
“La savia vieja muere para dejar a la nueva...” habló en voz baja para sí. Como la bocanada que un pulmón se toma para vivir, aquellos momentos respiraron suavemente para vaciarse antes de iluminarse.
“La savia vieja muere para dejar a la nueva...” volvió a decírselo a sí mismo, y esta vez también a la hoja, y a los recuerdos allí marchitados, depositados al lugar que los nutrió y que por fin, aquella tarde, descansaron.