Las puertas están abiertas.
Se dispuso a salir por la puerta de atrás, por el callejón y dirigirse al centro. De repente, se dió cuenda de que estaba en una película. Los lugares por donde pasaba todos los días ahora resultaban tierras ajenas. Era toda una aventura. Empezó a caminar. Torció a la izquierda por una calle llena de naranjos en flor. Después a la derecha, hacia un cruce principal; izquierda, derecha, y otra vez izquierda.
Ya podía oler esas tierras en las que iba a entrar. El aljibe en el margen de estribor, el apóstol a babor, y de la mano del almirante atravesó las puertas de la ciudadela. Una sensación extraña se adueñaba de él. Como vigilado sin que nadie le viera, extraño, cohibido, como en una fiesta a la que no estás invitado.
Bob siguió andando. La marea de gente seguía pasando. Ejecutivos, niños de la mano de sus padres acudiendo a clase; algunas van de compras, otros fotografían las escenas.
A nadie le importa,
nadie le está echando fuera,
nadie le recrimina nada,
nadie le espeta “aquí no eres bien recibido”.
La tierra por la que pasaba antes no le era ajena. Aquel callejón romántico, aquella galería independiente de arte, el olor a albero, el olor a humedad verdosa de los jardines resguardados tras los muros de casas centenarias, las charlas distendidas entre damas de noche y azahar, uva fermentada y cebada fría.
Atravesó la zona hasta llegar a uno de sus límites, dejando la muralla a la izquierda, pasando por la fuente que humedecía antaño las nicotianas. Llegó a un barrio ajeno a La Zona tras cruzar el río. Se sentía liberado, además de entretenido porque tenía compañía esa noche.
Rodeo grandísimo, y vuelta rodeando las murallas. Tranquilo, porque no olía a uva fermentada, cebada fría, azahar ni verde húmedo.
Basta ya.
Se acabó.
No más palabras.
No lo vale. No las merece.
¿Y por qué tantas?
Porque se siente solo...
Bob cogió su mochila, espalda erguida, de frente. Con muchísimo trabajo, cara al frente, aunque se caerá mil veces más, decidió tratar de romper el viento, despejar la niebla, tirar las estrellas y la Luna, y poner unas nuevas. ¿Qué no las tiene ahora? Tranquilícense, ni en un día ni en siete, poco a poco se construye un mundo.
Bob no estaba feliz, pero nadie lo está cuando empieza de cero, ¿verdad?.
A veces, hay que hacer girar muchas veces la rosca para que prenda el mechero y empezar a mirar.
Detalles que te marcan
Hace 3 meses
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